Muchas veces a lo largo de estos años he oído la frase que da título a esta reflexión, dentro y fuera de JI, uno de los tópicos por excelencia. Ha sido usada especialmente como argumento para no ceder responsabilidades, para no delegar en otras personas, y no por una supuesta falta de preparación, sino más bien porque los candidatos «no están aún bien formados» o por tener dudas de su compromiso. Yo mismo he tenido esas dudas en algunas ocasiones, cuando me ha tocado pensar en otras personas para realizar alguna tarea (más o menos grande) de forma colegial, dentro de las actividades que me ha tocado dirigir.
Pero después de reflexionar bastante sobre el tema a lo largo de los años, mi experiencia me dice exactamente lo contrario, que los jóvenes sí se comprometen, (si se les da la oportunidad, claro está), y para ello sólo hacen falta dos cosas:
1. Que lo que se propone sea atractivo (en JI esto es más bien fácil, pues ofrece infinidad de actividades y posibilidades que tienen bastante «tirón» entre los jóvenes (y no tan jóvenes): educación en valores, campamentos, música, nuevas tecnologías, excursiones, PUJ, amistad con gente nueva, cooperación internacional, etc.)
2. Que se tenga confianza en una persona diferente de ti mismo, con todo lo que eso supone («nadie nace enseñado», y siempre puede pasar que la cosa no salga como uno esperaba… o quizá sale incluso mejor…). Y con una adecuada preparación, acompañamiento y evaluación todo es más fácil…
En estos años he visto dentro de Juventud Idente un compromiso muy difícil de igualar en nuestra sociedad actual. He convivido con personas que ejercían sus responsabilidades igual cargando sacos de patatas que conduciendo un Land Rover, igual pelando cebollas que dirigiendo la cocina campamental, como profesores de tienda o como miembros de jefaturas, fotocopiando un folleto o entrevistándose con alcaldes y medios de comunicación, pasando el paño a las mesas o dirigiendo un capítulo o moderando una sesión del PUJ. Jóvenes y no tan jóvenes, misioneros y no misioneros, varones y mujeres, españoles y extranjeros, de una ciudad y de otra, de diferentes religiones o sin un credo específico, con una posición social acomodada o con un futuro incierto, personas de diferentes etnias, ideas políticas… ¿No es esa la universalidad que nos propuso Fernando Rielo?
Ésta, sin duda, ha sido una de mis mayores lecciones didácticas.
La primera imagen es del campo de trabajo Q’92, uno de esos en los que todavía se hacían obras de albañilería, además del montaje del campamento, puesta a punto de motores, fontanería, electricidad, … vamos, como en una casa cualquiera :-). Están montando el puente de acceso al campamento.
Aparecen en ella Fernando Cabrero (a la derecha, de rojo) junto con otros dos jóvenes que averigué que se llaman Nacho y Santiago (Tito), según figura en el vídeo que grabó para la ocasión Roser Martínez de Barcelona. Y sí, no se puede acusar a los que salen en la foto de de «no mojarse» o de eludir lo que algunos llaman «trabajo sucio»…
En la segunda imagen (quizá de QJ’98) aparecen Víctor y Javi, de Sevilla, en la antigua cocina del campamento de Quintanabaldo con cara de sueño pero sin olvidar mantener el tipo y la sonrisa, (seguramente al final de un día cualquiera de campamento, en el que los rostros reflejan el esfuerzo de quienes han llevado sobre sí la carga de importantes responsabilidades…)