Sonrisas que llegan al corazón

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{{Miquel Adrover}} No salen habitualmente en la televisión. Tampoco son los payasos más famosos del circo. Sin embargo, cuentan con una audiencia fiel, tierna y con los ojos tristes que les esperan como si fueran los reyes magos. Son los payasos de Sonrisa Médica, que se encargan de llegar al corazón de los niños enfermos para arrancarles la tristeza de sus rostros. Tienen nombres tan chistosos como Enfermero Bartolo, Urgencio Taquicardia, Supervisora Botiquina, Bruno Dos Tres Residente, Doctora Cirereta o Anastesio Positorio. Se encargan de patear semanalmente los hospitales mallorquines, si los recortes de la administración pública se lo permiten. En palabras de Esther Trillo, pediatra de Son Espases: «Los payasos consiguen hacer más humano el hospital».

El personal sanitario destaca la importante labor que realizan con los niños que padecen enfermedades de todo tipo y deben someterse cada día a dolorosas pruebas médicas. Sin embargo, el Govern ha decidido aplicar uno de sus más drásticos recortes (más del 50%) al presupuesto de Sonrisa Médica. Ante esta situación, la ONG decidió que sus payasos ­–actores, músicos y malabaristas profesionales con formación sanitaria– dejaran de visitar los hospitales de Inca y Manacor y redujeran sus actuaciones en Son Espases y Son Llàtzer. La entidad está consiguiendo mantener su labor humanitaria gracias a las aportaciones de empresas privadas como el grupo hotelero Piñero, Aloha o Endesa. En las últimas semanas se ha llegado a un acuerdo con la empresa de servicios ISS para que los payasos vuelvan a Manacor.
Cada miércoles, a las 8.30 de la mañana, están con las narices puestas, guitarra en mano y una gran dosis de humor en la sala de extracciones de Son Llàtzer. Gemma Palà es Botiquina y Albert Tugores encarna a Bruno Dos Tres. Advierten que Alba, de tres años, llora amargamente cuando los enfermeros acuden con las agujas para extraerle sangre. Los payasos se le acercan sigilosamente, al tiempo que se escuchan los acordes de la guitarra. Las bromas de los payasos consiguen tranquilizar a Alba y la mariposa de trapo que le enseña Botiquina logra arrancar una media sonrisa a la niña. Mientras, los sanitarios ya han hecho su trabajo y han conseguido extraer la sangre necesaria para la analítica de Alba.

«Cambiamos el repertorio de las canciones y muchas de ellas son de creación propia. El payaso debe interactuar e improvisar», explicó Jordi Cumellas, responsable artístico de Sonrisa Médica.

Miquel Carbonell tiene 8 años e ingreso en Son Llàtzer la pasada semana con un virus que le paralizó las piernas. Ahora ya ha conseguido recuperarse casi del todo. Al escuchar el moderado alboroto que originan los payasos al desplazarse por el hospital, Miquel sale corriendo de su habitación con la columna móvil del suero. Quería ver a los payasos. Bruno Dos Tres le dedicó una canción y Botiquina sacó una jeringuilla llena de agua para salpicar a los niños. Fueron los «minutos más divertidos» de Miquel Carbonell durante la última semana.
Antes de visitar a los niños hospitalizados, los payasos se reúnen con los médicos y enfermeras. «Les damos la información básica de cada caso. El nombre del niño, la dolencia y el estado de ánimo», explica la enfermera María Dolores Torres. «Con esta información –prosigue la sanitaria–, ellos consiguen romper el aislamiento del niño en el hospital y facilitan enormemente nuestro trabajo. Son imprescindibles».

La pediatra Esther Trillo, junto con la médico residente Aina Escobar, explicaron alguna de sus experiencias: «Tuvimos un caso complicado de posible meningitis que precisaba una exploración completa. Sin sus canciones o sus bromas no hubiera sido posible que se calmara». Carme Vidal, jefa de servicio de Pediatría de son Llàtzer, define en términos médicos efectos de los payasos cuando están con los niños: «Son como un analgésico natural».

En Son Espases es donde los actores deben vivir las historias más difíciles. Allí se encuentra la unidad de Pediatría Oncológica. Su cometido es lograr eclipsar, durante unos minutos, las consecuencias de los verdaderos dramas humanos que supone para una familia tener un niño con cáncer.

Gemma Palà (Botiquina) relata algunas de sus experiencias como payasa de hospital. «En una ocasión lloré mucho. Entré en la unidad de neonatos y vi a una niña con la fotografía de su madre. La enfermera me comentó que acababa de fallecer su mamá».

Albert Tugores (Bruno Dos Tres) recuerda una anécdota más dulce: «Después de jugar un rato con un niño en el hospital de día, le entregué una foto mía vestido de payaso. A la semana siguiente, la había plastificado para que no se estropeara. Fue un recuerdo muy emocionante».
Las muestras de afecto que arrancan los payasos por los pasillos del hospital son espectaculares. Al igual que la cautela con que actúan cuando entran en contacto con un niño. Gracias a la información que les dan los médicos y enfermeros, pudieron saber que un niño estaba recién operado de apendicitis. Por ello, los payasos se encargaron de montar un número donde el niño no tuviera que reír en exceso para evitar dañar los puntos de la intervención.

Esther Julià lleva a su hija Carla de 18 meses a pasar la revisión rutinaria. Carla hoy tiene sus impresionantes ojos un poco tristes. Sabe que le pueden hacer daño. Botiquina le enseña su flauta de color rosa que combina con los pantalones de la niña. El caracol de trapo de la payasa logra distraer la angustia de Carla y los sanitarios concluyen su trabajo sin que la pequeña haya derramado demasiadas lágrimas.
El director artístico de Sonrisa Médica, Jordi Cumellas, explica que cuentan con 10 payasos y han puesto en marcha un nuevo servicio de «Urgencias». Los llaman para que acudan cuando los sanitarios deben intervenir a un menor muy nervioso.

Sonrisa Médica es una asociación sin ánimo de lucro, pionera en España, declarada de Utilidad Pública por el Ministerio del Interior en 2004 y que desde el año 1994 lleva el humor y la alegría a los hospitales públicos de Mallorca.

Manifiesto

Obtenido de la web [http://princesasyprincesos.wordpress.com/2013/04/17/manifiesto/->http://princesasyprincesos.wordpress.com/2013/04/17/manifiesto/], por Noe del Barrio, todo un ejemplo de persona.

– Prometo amaros siempre, sobre todas las cosas.

– prometo intentar ser cada día mejor, para ser un espejo en el que poder miraros

– prometo procurar ser honesta en mis elecciones para que el día de mañana vosotros hayáis aprendido a ser honestos en las vuestras

– prometo con mi ejemplo enseñaros a empatizar, a creer, a respetar, a tratar en igualdad a todos, a ser solidarios.

– prometo no engañaros ni mentiros, para que nunca creáis que ese es el camino

– prometo acompañaros en vuestra senda, dándoos la mano para que no caigáis, a vuestro lado siempre. Porque hay que andar el camino sabiendo que las dificultades juntos son más llevaderas. Porque los caminos fáciles no llevan lejos

– prometo mostrarme a vosotros tal y como soy, para que os instruyáis en el conocimiento también de los defectos y las imperfecciones que nos hacen humanos

– prometo enseñaros el inicio del camino, y acompañaros en él mientras viva

– prometo creer en vosotros siempre

– prometo, prometo, prometo………. porque se que me estáis mirando constantemente y esta es la tarea mas importante de mi vida, la de mejorar, la de hacer siempre lo correcto, porque lo que veáis en mi será vuestra formación, la impronta que quedara grabada en vosotros.

El agotamiento de las madres

Obtenido de la web [https://asociacionitaca.wordpress.com/2010/02/01/el-agotamiento-de-las-madres/->https://asociacionitaca.wordpress.com/2010/02/01/el-agotamiento-de-las-madres/]

A continuación, queremos compartir un capítulo del libro de Isabelle Filliozat “LOS PADRES PERFECTOS NO EXISTEN”, porque a veces resulta muy útil poner nombre a lo que sentimos y desde ahí, centrar nuestra atención en las necesidades de la madre para que ésta pueda ser útil a sus hijos, y no se limite a servirles. Esperamos que disfrutéis de la lectura, no os dejará indiferentes, os lo aseguramos.

EL AGOTAMIENTO MATERNO

Tres asientos delante de mí, en el tren de alta velocidad, viaja una mamá acompañada de sus dos hijos que cada vez se va poniendo más nerviosa. De repente, levanta el tono de voz y dice en tono amenazador:

—¡Vas a cobrar!

Los demás pasajeros se miran, molestos… Nadie interviene. Ignoro lo que estarán haciendo los niños, pero el nerviosismo de a madre sube un grado:

—¡Ya lo verás, vas a cobrar! ¡Te lo has ganado!

Decido abandonar mi lectura, y me acerco al trío:

—Se la ve nerviosa… ¿Necesita ayuda?

—No, gracias.

—Si…

Insisto con delicadeza.

—Sí, gracias, estoy agotada.

Me instalé a su lado para jugar un poco con los niños. Mi mera presencia ya los había calmado. La intervención de un tercero siempre suaviza las cosas, a condición, por supuesto, de que no se dedique a echar más leña al fuego…

Cuando estamos agotados, no podemos pensar en todo. A duras penas conseguimos atender lo más urgente. Aquella madre había conseguido colocar a sus hijos y el equipaje en el tren, había pensado en proveerse de comida y bebida, pero había olvidado coger algo para que se distrajeran. Estaba extenuada y no contaba con los recursos necesarios para distraerlos.

Violaine Guéritault* dice: «Estaba llenando la lavadora mientras oía el ruido de fondo que armaban mis dos hijos al pelearse por enésima vez durante la mañana. De repente, se oyó un tremendo golpe seguido por los aullidos de mi hija. Y me quedé quieta, inmóvil, creo que pensé en algo así como “del suelo no pasa”, o “si grita, es porque aún está viva”. Entonces acaba de llenar la lavadora como una autómata. No sentía nada. Había dejado de pensar como una madre».

Era el detonante. Violaine Guéritault estaba preparando su doctorado sobre el burn-out profesional (*L’épuissement maternel et comnient le surrnonter, Violaine Guéritault, Odile J cob, 2004. Un libro de lectura imprescindible). Inmediatamente relacionó lo que acababa de vivir con su trabajo. En su oficio de madre, estaba atravesando por una fase de burn-out. ¡El agotamiento profesional no es exclusivo del mundo de la empresa, sino que también está presente en el hogar!

Los padres recién estrenados están expuestos a padecerlo. Todas las madres, hasta las que se muestran más serenas, tienen una vida cotidiana muy estresante. Una multiplicación de tareas repetitivas, poco o nulo reconocimiento respecto a su labor, horarios demenciales, un montón de situaciones que escapan de su control, imposibilidad de concentrarse en una tarea sin verse interrumpida al menos diez veces… ¡Las 24 horas del día y 365 día al año sin fecha de caducidad…! ¡Porque es imposible dimitir del oficio de madre!

Así pues, si los bebés son tan maravillosos… ¿por qué las madres se agotan tanto? ¿No será que la causa de su agotamiento resida, precisamente, en que no pueden quejarse de «lo maravillosa» que es su situación?

Violaine Guéritault establece la lista de los agentes estresantes en la vida de la madre:

• El trabajo materno implica volver a hacer mil veces las mismas tareas. Tiene que lavar y limpiar. Todo vuelve a estar sucio algunos minutos más tarde, privando a la mujer de ese sentimiento de tarea hecha que da sentido y energía al trabajo.

• Una madre vive numerosas situaciones sobre las que no tiene ningún control. Le gustaría ser capaz de proteger a su hijo de todo, pero a menudo se ve impotente. Y no sólo estamos hablando de accidentes o de percances que requieren hospitalización, sino también, en la vida cotidiana, de los cólicos del lactante, de los dolores de la dentición o de las picaduras de avispa…

• Si hay algo que caracterice a los niños pequeños ese algo es la imprevisibilidad. Por mucho que la madre se planifique el día, lo más seguro es que sus previsiones acaben patas arriba. Justo en el momento en que sale para encontrarse con una amiga, cuando va a colocar al bebé en el cochecito, se da cuenta de que tiene que cambiarle los pañales… Aunque usted sea muy organizada, su pequeño acabará desestabilizándole el horario. No es nada raro que, al llegar la noche, algunas madres, sintiéndose abatidas, lleguen a pensar eso de «no he hecho nada en todo el día».

• Todo trabajo merece recompensa… No obstante, parecería que eso no se aplica al trabajo de madre. Se la idealiza y honra como es debido el Día de la Madre, pero en su vida diaria recibe muy poco reconocimiento por parte de los demás; para la gente, no hace más que cumplir con su deber.

• A todo ello hay que añadir que una madre no tiene derecho a cometer errores. Ella misma se pone el listón muy alto, y se desespera al comprobar la diferencia existente entre el modelo de lo que querría ser y lo que vive cada día.

¿Quién se encarga de apoyar a las madres? En el plano psicológico, la mayoría de las veces están solas frente al niño. En ocasiones, pueden acudir a alguna institución de las que se dedican a acoger a las madres y a los bebés durante unas horas, pero por lo general cuentan con pocos lugares preparados para escucharlas. La inmensa mayoría de la gente prefiere creer que, para sentirse felices y colmadas, les basta con estar junto a sus adorados y encantadores hijos. No quieren oír que a veces les entran ganas de estrangularlos. ¿Y qué pasa con el marido?, pues que, cuando éste vuelve del trabajo, o bien ella no se atreve a pedirle nada por temor a que vuelva a salir pitando, o bien descarga sobre él tal avalancha de quejas, que el pobre hombre no sabe qué hacer con ellas. También puede suceder que su marido le conteste que ella no tiene que volver a trabajar, o que Martine —o lo que es peor, su madre, es decir, su suegra—, sabe arreglárselas bien… En resumen, no se puede decir que la apoye demasiado.

En general, la mujer que se queda en casa se encarga de todos los quehaceres domésticos. En vez de intentar ayudarla para que no se canse en exceso, algunas veces el marido hasta espera que también se ocupe de él. «¿Una asistenta? ¡Ni pensarlo!», se dicen más o menos conscientemente las mujeres. «Si mi madre podía con todo, ¿por qué yo no?» Además, muchos maridos no ven la necesidad de ese gasto «ya que no tienes otra cosas que hacer durante todo el santo día».

Reconozcámoslo, es indudable que cuando el reparto de las tareas del hogar no está equilibrado, el amor que la madre siente por su hijo puede salir perjudicado.

¿Les parezco trivial? ¿Opinan que exagero? ¿O acaso son de los que creen que el amor de una madre no puede depender de la vajilla o del aspirador? ¡Pues yo afirmo que sí!

Demasiada ropa que lavar, demasiados suelos que fregar, demasiados platos que cocinar y lavar… Todo ello puede llegar a alterar la capacidad de amar de una madre.

De hecho, no es tanto la tarea en sí misma la que obstaculiza el amor como el sentimiento de injusticia. Una injusticia que rara vez se ve reconocida como tal. Una injusticia que se halla resumida en esta constatación cotidiana: cuando él le cambia el pañal al bebé, lo encontramos maravilloso, pero cuando lo hace ella, nadie la admira. Es lo «normal». Un hombre, que ejercía de padre de familia, un día me dijo: «Día tras día me doy cuenta de lo injustas que son las cosas para mi mujer. Si yo hago cien, me felicitan y me adulan, pero si ella hace mil, nadie lo ve». Este padre mostraba un grado de concienciación bastante excepcional tanto entre los hombres como entre las mujeres. Y hasta cuando dicha concienciación existe, lo normal es que la injusticia no desaparezca porque está grabada en lo más profundo de la sociedad. Con todo, también hay otros maridos menos sensibles que no consiguen ver el problema, y que hasta pueden llegar a desvalorizar, humillar y culpabilizar a sus mujeres cuando se quejan o no logran alcanzar sus objetivos.

En el hogar, muchas veces la mujer se ve obligada a reprimir la ira: la relacionada con la frustración, con la injusticia, y a veces que le provoca la herida que le inflinge un marido inconsciente cuando no poco delicado.

Las mujeres que viven solas tienen tantas dificultades como demás. El rencor que se mantiene en secreto es lo que impide que florezca el amor, y no la falta de un hombre.

La sociedad espera que las mujeres sepan ejercer bien su papel, como si fuera algo innato. Tienen fama de ser buenas profesionales, mientras que algunos hombres no pasan de ser considerados meros aficionados. Pero la realidad es que no saben mas que los hombres. Bien es verdad que las mujeres secretan las hormonas del afecto y que llevan el biberón integrado en su cuerpo, pero en sus genes no hay nada inscrito acerca de cuál es la mejor marca de pañales, de las vacunas o de las relaciones con los profesores. Por no hablar de que tienen que ir adaptándose continuamente. Con los hijos nunca puede darse nada por ganado: los niños crecen y cambian. Y no hay dos hijos iguales.

Al cabo de un cierto tiempo, la madre no puede más. Violaine Guéritault* describe muy bien la primera fase del burn-out: el depósito de energía se vacía. La madre padece agotamiento emocional y físico provocado por la necesidad de ir adaptándose permanentemente.

Si la madre no encuentra ayuda ni apoyo, si no puede liberar su sobrecarga de estrés, corre el peligro de llegar con bastante rapidez al segundo estadio: el de la despersonalización y el distanciamiento.

¡Ella sabe que tiene que seguir funcionando pero no sabe cómo! Su única salida consiste en separarse inconsciente y emocionalmente de la fuente del estrés, con el fin de minimizar las fugas de energía y de continuar realizando, como un autómata, las tareas de las que no se puede librar. La madre agotada se ocupa de su hijo, pero sin afecto. Lo hace, y punto. Todas nosotras hemos pasado por esos momentos de completo agotamiento. Hacemos lo que toca que hacer: preparar la comida, vaciar la bañera, quitar la mesa y acostar a los niños, pero todo de un modo automático

Cuando el agotamiento nos invade, ese modo automático se vuelve permanente. La madre se aleja cada vez más de sus hijos. Ya no está afectivamente a su lado. Cuando una madre se siente sola cae en la depresión. Es cada vez menos eficaz, todo le pide un esfuerzo inmenso y pone en duda sus capacidades. Ciertas tareas que antes llevaba a cabo, como telefonear o rellenar formularios, le parecen algo irrealizable. Poco a poco, se va deslizando hacia la tercera y última fase del burn-out. Gritos, golpes, castigos…, la madre hace todo aquello que nunca hubiera querido hacer a sus hijos, con el resultado de que, evidentemente, las cosas empeoran; es un círculo vicioso. La clase de madre que ve en sí misma, es decir, aquella en la que cree haberse convertido, está tan lejos de la madre con la que soñaba llegar a ser, que hasta puede llegar a preferir borrar de un plumazo todos sus proyectos. Después de haber perdido la motivación y con la autoestima por los suelos, reniega de todo lo que ha hecho, de todos sus logros, pasados, presentes y futuros.

Y aunque no todas las madres caigan en la depresión, una inmensa mayoría —por no decir todas— pasan por una fase fugaz, recurrente o prolongada de agotamiento.

El burn-out no aparece porque la mujer sea un ser más o menos frágil. Ni tampoco por el hecho de que el pasado de una mujer haya sido más doloroso que el de otra, sino que es el resultado de la interacción con su entorno. De nada sirve darle medicamentos, ya que no es a ella a la que hay que atender, sino a su entorno, que tiene que sufrir una remodelación. Asimismo, no es una patología exclusiva de las mujeres. Una pediatra suiza ha demostrado que a los padres les pasan exactamente las mismas cosas cuando son los que se quedan en el hogar para ocuparse de sus bebés.

En estas condiciones tan difíciles, es fácil comprender que a veces el vaso esté lleno y que los hijos hagan que rebose. Una madre agotada, invadida por el burn-out, se desvincula de su hijo. Cada vez consigue dominarse menos. Se ve a sí misma como si fuera una prisionera y se siente explotada por su hijo. Puede rebelarse contra las exigencias de este último, viéndolo como un tirano y llegando a odiarle por ello… Y a veces ese odio puede llegar a ser tan intenso que puede llegar a borrar sus sentimientos maternales. «Me absorbe por completo —decía Camille—. No lo aguanto más. Es terrible decirlo, pero no siento nada por mi hijo. A veces me ocupo de él como si fuera un autómata, pero enseguida consigue sacarme de mis casillas. Si no hace inmediatamente lo que le pido, me vuelvo loca.»

¿Acaso Camille es una mala madre? «No es maternal», opina su suegra. Siguiendo mis consejos, Camille volvió a trabajar y poco a poco fue volviendo a querer a su hijo. Ahora le encanta jugar con él. ¡Sencillamente lo que pasaba es que se hallaba en una fase extrema de burn-out!

Emociones reprimidas, autodesvalorización, alejamiento emocional, distancia afectiva, impotencia, frustración… ¡El cóctel es explosivo! Cuando una madre «se rompe» y maltrata a su hijo, toda la sociedad tiene que asumir la responsabilidad de ello, y no ella sola.

La extinción del niño sano

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No sólo los laboratorios hacen uso sistemático de tácticas de promoción cuestionables y alianzas interesadas con el cuerpo médico. En pediatría, la promoción agresiva de fórmulas “nutracéuticas” y “terapéuticas” –importadas y de alto costo– constituye una práctica habitual y en vertiginoso aumento.

Una estrategia dominante actualmente es la “patologización” indiscriminada de fenómenos normales en el lactante menor (especialmente antes de los 3 meses) y su presunta resolución con fórmulas hipoalergénicas. El terreno es fértil para la profecía autocumplida, pues los fenómenos propios del desarrollo, como llanto, cólicos, regurgitación, despertares nocturnos, erupciones cutáneas, etc. están destinados a resolverse espontáneamente, generalmente a partir de los 3 meses. En un reciente congreso internacional realizado en Chile, un conferencista promovía –ante medio millar de personas– el uso de ciertos productos para el cólico infantil, señalando su efectividad en un 70% de los casos al cabo de 4 a 6 semanas de uso. Por definición, ¡ésa es la historia natural del cólico infantil! Así fue descrita por los clásicos y corroborada por la investigación contemporánea.

Esta estrategia ha resultado un verdadero éxito comercial y mediático, generando una preocupación masiva en las madres y familias de los lactantes, mientras se distribuyen incentivos a granel entre los prescriptores. Estos reciben además la información técnica de parte de las propias compañías, alineando así sus conocimientos con los intereses de éstas. Los productos referidos son prescritos a un porcentaje considerable de los lactantes que consultan (sobre todo en sectores de nivel socioeconómico más alto).

Esta situación es especialmente notoria en el ámbito de las alergias alimentarias. Si bien hay datos que muestran un aumento de dichas alergias en las últimas décadas, las prácticas observadas en nuestro país (y en otros) pocas veces se basan en la evidencia “dura”. Los criterios diagnósticos se han vuelto extremadamente difusos, muchas veces en forma deliberada y bajo el impulso de las partes interesadas. Los diagnósticos se apoyan en pruebas de laboratorio inespecíficas, no validadas o francamente erróneas. Algunas de las cifras presentadas se basan en autodiagnóstico de pacientes en encuestas poblacionales.

Hay otros factores implicados en este fenómeno médico-sociológico. Entre ellos, la cantidad e intensidad de los temores y aprensiones que se observan en una alta proporción de los padres y madres de hoy. Éstos están relacionados con el desconocimiento de la fisiología del niño sano, de sus variantes normales y de los fenómenos propios del desarrollo infantil, no sólo por parte de la población general sino también de muchos médicos (sobre todo de reciente egreso). El nivel de exposición a la biología del niño sano y a la puericultura en los currículos pediátricos de algunas universidades parece francamente insuficiente. Las actividades prácticas suelen centralizarse en campos terciarios (atención de patologías), a expensas de la supervisión de salud de la díada madre-hijo y del enfoque familiar y comunitario.

El clima de consumismo imperante en el área de la salud estimula en las familias el fenómeno de “doctor shopping” y la búsqueda de segundas y terceras opiniones. Se multiplican las consultas por motivos banales y la medicalización (y medicación) de molestias menores. Padres que se presentan como clientes exigentes (“¡para eso pago!”) demandan para sus hijos una especie de “inmunidad absoluta”. El nacimiento, el crecimiento y la crianza deben ser perfectos, exentos de dolencias y de las vicisitudes propias de la condición humana. No se aceptan resfríos, ni quejas, ni llantos, ni desvelos, ni sarpullidos, ni muchas deposiciones ni pocas, ni regurgitaciones, ni gases, ni despertares intempestivos ni variantes temperamentales en los niños.

Los medios, especialmente la TV y las revistas “femeninas”, con su énfasis en los testimonios dramáticos y casos aberrantes, contribuyen a la patologización de fenómenos habituales en los niños, fomentando en la población una preocupación excesiva ante situaciones manejables. A menudo vemos en reportajes y entrevistas a connotados “gurús” promoviendo el uso de costosas panaceas (casualmente en sincronía con las compañías fabricantes). Las complejas redes de intereses que involucran a medios de comunicación, compañías farmacéuticas (o de alimentos) e instituciones de salud, por regla general pasan desapercibidas a ojos de televidentes y lectores.

Las sociedades científicas, volcadas hacia adentro, muchas veces desconocen las repercusiones que sus recomendaciones tienen sobre el cuerpo médico no especializado, los medios, el público y la salud de la población. A mayor especialización y menor orientación biopsicosocial, mayor es la probabilidad de que sus normativas –unilaterales y a menudo dogmáticas– entren en conflicto con intereses naturales de la comunidad, como la promoción de la lactancia materna, el cuidado responsable del lactante y del niño y la contención de costos en salud.

Los cursos y congresos promovidos por muchas sociedades científicas son un reflejo de los intereses de las compañías patrocinadoras. Rara vez se encontrará, por tanto, que enfaticen (o siquiera incluyan) actualizaciones en temas como lactancia materna, alimentación infantil saludable o biología del resfrío común (en oposición a la creciente y perniciosa tendencia a conferir carácter crónico y ominoso a las infecciones respiratorias banales de la infancia, que son parte constitutiva de la vida en sociedad del ser humano). Los conferencistas invitados suelen ser elegidos (o “sugeridos”) por los auspiciadores o pertenecer a su nómina de speakers pagados. Los temas a tratar –como los expositores– a menudo pasan por el filtro (explícito o implícito) de dichas corporaciones. Abundan los regalos y las chucherías de toda índole para los asistentes, con el nombre y logo del producto “estrella”. El espectáculo en ocasiones es cuasi-circense.

En tales instancias de Educación Continua, los asistentes –en buena parte jóvenes profesionales sin oportunidad de acceder a programas educativos formales– siguen con devoción y candor las ponencias presentadas, internalizando de manera literal los contenidos.

Cada año, laboratorios y compañías de alimentos no escatiman en gastos para financiar el periplo latinoamericano de investigadores extranjeros que presentan sus convenientes resultados y que encuentran tribuna libre y aquiescencia de parte de las jefaturas de centros académicos y clínicos (donde las promociones se realizan incluso en el horario oficial de las reuniones clínicas).

Algunas compañías han impulsado la creación de foros en internet donde madres, padres y otros “interesados” discuten informalmente los problemas que ameritan el uso de ciertos medicamentos y productos. Allí se demonizan los malestares normales del lactante, se solidariza con las sufrientes familias y se describen las virtudes de tal o cual producto. La compañía interesada permanece en las sombras. Muchas veces los foristas promueven agresivas acciones de lobby para que el (carísimo) producto llegue a ser una necesidad colectiva y, por ende, objeto de subsidios estatales (un precioso ejemplo de políticas regresivas).

Escasea la investigación local dirigida a caracterizar la naturaleza y efectos de la patologización de los fenómenos normales, así como sus costos económicos y sociales. Por ejemplo, el masivo aumento de las licencias médicas por supuesta enfermedad grave del niño menor –responsable de una escalada en costos de salud durante casi dos décadas–, prácticamente no mereció investigaciones de carácter científico en el país.

Las universidades, por su parte, cada vez más centran sus intereses investigativos en grandes proyectos sobre terapias farmacológicas, financiados por laboratorios internacionales, o en proyectos de prestigio –muchas veces personalistas– característicamente en el campo de la biología molecular. Las entidades con interés en Salud Pública –públicas o privadas, universitarias o estatales– tienden por su parte a incursionar en el terreno tradicional de la demografía y de las políticas económicas o de gestión. Lo que ocurre en la calle, en los hogares o en la consulta médica rara vez es investigado por los ámbitos académicos, aún cuando moldeen en forma fundamental las creencias y procederes de la población.

Tampoco la rigurosa Medicina Basada en Evidencia (MBE), cuyo insumo son los datos publicados en la literatura, suele hacerse cargo de estos temas. Por lo demás, la proletarización de la práctica clínica –especialmente en Atención Primaria– deja a los profesionales desinformados respecto de las fuentes de evidencia en las que debieran apoyar sus decisiones. En este contexto, los visitadores médicos y las compañías farmacéuticas y de alimentos se hacen cargo a sus anchas –con sus propios énfasis, contenidos, trucos y obsequios– de la educación continua de gran parte de la profesión médica.

Los grandes temas de salud no tienen sponsor. Ante la irresistible presión de situaciones como las antes descritas, que actúan concertadamente, los grandes perdedores serán siempre los temas huérfanos de mecenas corporativos: la lactancia natural, las prácticas saludables en la crianza y la alimentación del niño, el autocuidado, la resolución espontánea de las dolencias banales y autolimitadas. En suma, el concepto global de “niño sano” o “niño normal”. Frente a las potentes fuerzas mercantiles y de la cultura imperante que insisten en desvirtuarlo, patologizando todas y cada una de sus características, el concepto de niño sano constituye hoy en día una concepción casi subversiva.

Para entender mejor a los niños pequeños

… del pediatra Carlos González

SOBRE EL ENAMORAMIENTO Y EL APEGO

Todos hemos tenido conductas afectivas muy intensas y muy recientes, todo el mundo que tiene un hijo, poco antes de eso tuvo un novio o una novia y por lo tanto debería acordarse. ¿Que es difícil acordarte de lo que hacías tú cuando tenías 3 meses? Vale, pero acuérdate de lo que hacías hace apenas 2 años. ¿Cómo son los novios? Se pasan el santo día juntos, y si pueden, la santa noche. Quieren estar juntos todo el rato posible, aunque no tengan nada que hacer… ¿En qué consiste una conversación de novios? Pues básicamente en estar 3 horas sentados uno al lado del otro diciendo: «Te quiero», «Ay, y yo a ti», «Yo a ti más», «No, yo a ti», «Yo a ti mucho más»… Y después de 2 horas así, se despiden y llegas a casa, coges el teléfono y llamas, Dos personas enamoradas quieren estar juntas el mayor tiempo posible, juntas y juntísimas, uno encima del otro

Pues los bebés son iguales, un bebé no te quiere con el cariño profundo y pausado de un marido de 5 años. Un bebé te quiere con un cariño de novio, un bebé no te quiere soltar ni un segundo porque te ama con locura. Dentro de 5 años también te querrá con cariño de 5 años, en ese momento los niños sí que jugarán mucho rato solos, y dentro de 10 años estará contentísimo de irse de colonias y dentro de 15 años te pedirá 10 euros para irse con los amigos a comprarse una pizza, pero ahora no. Ahora está enamoradísimo.