Edu es uno de los amigos más extraordinarios que tengo, ese tipo de persona a la que le confiarías algo importante porque sabes que se lo tomará con la seriedad necesaria. Un todoterreno a quien he visto disfrutando (y haciendo disfrutar) con las artes, el deporte, la ciencia, los viajes, la cultura, … En resumen: una mente inquieta con la sensibilidad necesaria para admirar la naturaleza y acoger a la gente con la que se va encontrando, siendo natural en él tratar con respeto exquisito igual a un adulto que a un niño (cualidad que yo siempre he considerado muy valiosa!).
He tenido la suerte de compartir con él campamentos (en Quintanabaldo y Canarias), reuniones de la OFIE y de comisiones especializadas, representaciones en himnos de fuego, la elaboración de un cancionero, visitas a nuestros respectivos hogares de islas lejanas, …
Edu ha sido tan gentil de compartir con nosotros esa parte de su vida en JI a través de esta entrevista. En una palabra: ¡MIL GRACIAS! 😉
ENTREVISTA A EDUARDO MEDINA
¿Cuándo y dónde empezaste en Juventud Idente? Cuéntanos algo de aquellos momentos.
Fue en el verano de 1999, en Quintanabaldo. Unos meses antes le había propuesto a mis padres ir a un campamento de verano. Siempre me gustaron las actividades al aire libre, las acampadas, el senderismo… Erika, la hija de unos muy buenos amigos de la familia, acudía todos los fines de semana al voluntariado que JI hacía para jóvenes, y fue ella la que nos comentó que tras algunos años yendo a campamentos en Gran Canaria, ese verano iría por primera vez al campamento de jóvenes en Burgos.
Recuerdo muy bien aquel campamento. Me marcó especialmente. Con apenas quince años eres un ser vulnerable, emocionalmente inestable, y ese verano fue un punto de inflexión, el paso hacia la vida adulta. En quince de días de convivencia aprendí muchas cosas, las más importantes las relacionadas conmigo mismo.
¿Qué fue lo que más te «enganchó» y por qué?
Lo que me enganchó fueron las personas, desde luego. La capacidad que tiene el ser humano de ser auténtico cuando se le dan las condiciones oportunas para serlo, cuando desaparecen las máscaras y los lastres que en ocasiones la sociedad o las circunstancias nos imponen.
Y el lugar. Quintanabaldo es mágico, especial. Cuando evoco con nostalgia el murmullo constante del río Nela, el fuego de la hoguera crepitando en la quietud de la noche, las estrellas –nunca en mi vida he visto tantas estrellas–, los amaneceres fríos, brumosos, con caballos salvajes paciendo indiferentes alrededor de las tiendas…, pienso que si acaso existiera el paraíso habría de ser algo muy parecido a eso. Porque en ese campamento, y en los que vinieron después, he sido plenamente feliz; he sido yo plenamente.
En los campamentos que has participado, tanto en Quintanabaldo como en Canarias, has sido acampado, profesor ayudante, profesor de niños y jóvenes, responsable de un área y miembro de las jefaturas… ¿Cómo has vivido esta evolución?
Pues ha sido la progresión lógica del que cree ciegamente en lo que hace y de aquellos que confían en ti para que lo lleves a cabo. Y esa evolución fue también personal, un camino de madurez interior. A medida que pasaban los años mis responsabilidades crecían, y la vez se me iba forjando un carácter, una personalidad.
Estoy convencido de que yo no sería quien soy si no fuera en gran parte por Juventud Idente. Por todo lo vivido, y por todas las personas que me fui encontrando por el camino. Mi gratitud es infinita hacia todos aquellos que con gestos, acciones y palabras pusieron su granito de arena para formarme como persona.
Tú formaste parte de uno de los equipos RHU del Proyecto Cooperar. Cuéntanos que fue lo que más te marcó de este viaje.
«La diferencia entre un viaje de placer y un viaje de cooperación es que en el primero, cuando uno regresa a casa, recuerda los sitios maravillosos en los que ha estado; en el segundo, en cambio, lo que nos queda, y lo que nos importa, son las personas». No recuerdo quién dijo esta frase ni si fue exactamente así pero sé que fue durante el viaje. Y lo resume todo.
Bolivia es un país extraordinario. De grandes contrastes. Posee una naturaleza salvaje, única, y una cultura milenaria, la inca, que no deja indiferente a nadie. Sin embargo, lo que más me marcó de ese viaje fue la generosidad de los que menos tienen, la capacidad de ser completamente felices sin necesidad de apenas nada. Así aprendí que la delgada línea que divide la pobreza y la miseria es la dignidad. Y por supuesto el trabajo incansable, difícil a veces, pero sin duda reconfortante, de los misioneros identes. Ejemplos de vida.
Recuerdo que fuiste presidente de JI Las Palmas, responsable de la comisión especializada de relaciones exteriores en la Oficina de España… ¿con qué te quedas de toda esa experiencia en funciones tan importantes como son las de representación, gestión de recursos…?
Moverte en según qué ámbitos en ocasiones puede causar miedo. Sin embargo siempre me sentí arropado por aquellos que confiaron en mí. Nunca estuve solo, siempre tuve el apoyo de lo míos. Y con el pasar de los años me he dado cuenta de lo mucho que me ha servido en mi vida. Saber entenderte con los demás y llegar a consensos. Saber atender otros puntos de vista, salir de ti mismo para visualizar los problemas desde otra perspectiva. Y tomar decisiones. Importantísimo. A veces llegamos a un punto en la vida en donde el camino se divide en dos –o en tres, o más–. Y elegir, aunque nos equivoquemos, es fundamental. Porque quedarse parados nunca… Al fin de cuentas la vida no es más que eso: saber elegir.
Actualmente trabajas como veterinario. ¿Hay algún aspecto directamente relacionado con tus experiencias en actividades de JI que te sirva en el día a día de tu profesión?
Sin duda. Mi trabajo es de cara al público, para las personas. Y en esta profesión a veces uno se enfrenta a situaciones difíciles, delicadas. Y viéndose en tales circunstancias uno recuerda que no es la primera vez, que ya ha pasado por eso. Y echa mano de los recursos que un día aprendió y puso en práctica y de los que tan buenos resultados obtuvo. Por eso, y ya no sólo en mi profesión, uno hace uso de todo lo aprendido (inconscientemente en la mayoría de los casos). Y qué duda cabe que gran parte de ese aprendizaje se lo debo a JI.
¿Podrías relatar algún momento que haya sido especialmente significativo para ti?
Ahora mismo, mientras le doy a la tecla, me vienen a la cabeza muchísimos momentos especiales. Es difícil escoger entre tantos. Sin embargo me quedo con los minutos de después de los Himnos de Fuego de los primeros campamentos: las últimas brasas consumiéndose en la hoguera, todos alrededor del fuego; nos juntábamos lo más posible, a fin de protegernos del frío. Yo agarraba la guitarra y aprendía las primeras canciones de Silvio. Aún recuerdo a Valentín Echarri enseñándome los acordes de Quién fuera, Ojalá, Y nada más… Y tocaba y cantaba… Qué feliz era, rediós.
¿Y algún momento especialmente difícil?
Sí, uno especialmente. Fue durante una de las caminatas largas de Quintanabaldo.
Hacíamos noche en la estación abandonada de Yera, en Vega del Pas, perdidos a la mano de Dios en mitad de la Cordillera Cantábrica. Mientras dormía me revolvía dentro del saco. Me empecé a encontrar mal, me dolía la cabeza, sufría de sudores fríos y por último tuve retortijones. A eso de las seis de la mañana, cuando apenas despuntaba el día, sentí cómo me subía una descarga agría por la garganta. Salté como un resorte fuera del saco, salí lo más rápido que pude, y vomité toda la cena. Recuerdo perfectamente la escena: yo de cuclillas, descalzo, echando los higadillos por la boca y un burro color marrón oscuro, a escasos metros de mí, que me miraba con ojos curiosos.
El resto se lo pueden imaginar. Una vez acabé de echar todo de cintura para arriba comencé a echar todo lo de cintura para abajo. Y emprendimos la marcha, yo el último, rezagado, papel higiénico en ristre. Parando cada dos por tres, evacuando, ya fuera por arriba o por abajo –a veces incluso, figúrense, por ambos sitios a la vez–.
Débil y renqueante, después de cinco horas infernales, conseguí llegar al punto donde me recogió el jeep. Jamás en mi vida lo pasé tan mal, y jamás saqué tanta fuerza de voluntad. Toda una proeza. Sin duda.
Bueno, ¿y alguna anécdota graciosa?
Ups. No sé si la graciosa la conté antes. Que a pesar de lo mal que lo pasé, algo de gracia tiene…
Pero no. Aquí me quedo con los buenos momentos ensayando y representando las geniales obras de Les Luthiers. Siempre conseguía engañar –a veces me costaba muy poco– a unos pocos para que fueran cómplices de mi locura y amor por estos chiflados del humor. Y lo pasábamos de miedo. En una ocasión, en un campamento en Gran Canaria, recuerdo que estuvimos más de veinte minutos sin parar de reír. Y eso, es vida, amigos.
Seguro que abundan los recuerdos de muchas personas. ¿Podrías hacer mención de alguna o algunas de ellas, con nombres y apellidos, que recuerdes de manera especial?
Sabiendo que es injusto cualquier enumeración espero me perdonen a los que por descuido olvide de nombrar.
Jose María Sierra, Margalida Font, Mar Álvarez, Cristina Díaz, Reyes Hernández, Esperanza Estades. Los jefes, los referentes. Luces en la noche.
Hermanos Sánchez Crespillo. De calidad humana y generosidad infinitas.
Moisés Pérez, Rayco Jiménez, Carolina Guerra, Carlos Peña, Teresa López, Manuel Marrero, Laura Navarro, Alejandro Pérez. Los de aquí, canarios de brega.
Lucía González, Corpus Bermejo. Hermanas bolivianas del alma.
Miguel Porta, Valentín Echarri, Vicente de la Fuente, Gregorio, Fernando, Damián, Jesús Muñoz. Los hermanos de allá.
Enid San Andrés. La mujer más inteligente que he conocido.
Efrém Gómez, Hermanos Rico Arrastia, Richi Gómez, Andrés Narváez, el Loko, Elisabet Olivares, Carmen Serrano, Dani el Chipirón, Shayla Arias, Hermanos Mora de Jesús, María José Adana, Beatriz Quintana, Tamara Buendía, Beatriz Barbado, Raquel Huelves, David Pacheco, Patricia Estela, Víctor Soltero, Óscar Martínez, Teresa e Irene Cobo, Daniel Álvarez, Daniel Fernández, etcétera… La tropa.
¿Qué importancia le darías al trabajo que ha realizado JI durante estos años en nuestra sociedad en el terreno de la educación de niños y jóvenes?
Mucha. La educación en valores es vital si queremos salir adelante como sociedad. Basta echar una mirada a los periódicos de cada día o a las noticias para darnos cuenta de que nos estamos destruyendo. Y que la crisis de la que tanta gente habla y que nos tiene atemorizados es, además, una crisis de valores. El trabajo de la JI durante todos estos años ha servido para cambiar, aunque sea un poco –o a unos pocos– la forma de ver y entender el mundo. Que otra sociedad es posible: más responsable, honesta, auténtica… Y que se puede, lema de la JI, cambiar el mundo a partir de nosotros mismos.
¿Cuáles crees que son los retos que tiene aún por delante JI?
Todo está cambiando a una velocidad de vértigo. El boom de asociacionismo juvenil de los noventa ya nos suena a un pasado muy lejano. Hoy en día no es tan importante la información que recibimos sino de dónde la recibimos. En este sentido las redes sociales se están convirtiendo en una herramienta única, eficaz, participativa y de gran difusión. A mi juicio creo que es necesario adaptarnos a los nuevos tiempos e intentar subirnos al tren de las nuevas tecnologías.
¿Cuál ha sido tu «lección didáctica» después de todos estos años?
«Pensar es bueno; soñar, mejor». Gran frase de Fernando Rielo. Saber que un mundo mejor es posible; porque lo has visto. En los ojos metálicos llenos de esperanza del niño boliviano en la Ciudad del Niño Jesús de La Paz, durante una conversación con un joven que te cuenta sus inquietudes en Quintanabaldo, o viendo a una niña siendo capaz de sacar lo mejor de su arte y de compartirlo con los demás en un Fuego de Campamento bajo el cielo estrellado grancanario. Y en tu vida diaria también, en pequeños gestos, pequeñas excepciones que te reencuentran con el género humano y arrojan algo de luz entre tanta tiniebla.
Por eso hay que seguir en la lucha. Ser felices. Tener gente a la que querer y gente que nos quiera. Hacer todo lo posible para tener un vida plena, aportando un poco de esfuerzo y dedicación hacia los demás. Porque les prometo que el que siembra recoge, y porque parafraseando a Les Luthiers: «La vida merece ser vivida; la muerte, en cambio, merece ser “morida”». Y al final es eso: vivir; porque lo único infalible en este mundo es la muerte. Y siempre me ha preocupado esa idea, alguna vez la he compartido con alguno de ustedes. Y no hablo de la muerte en sí, al fin y al cabo es un trámite más por el que habremos de pasar, sino el no haber sabido aprovechar ese regalo tan maravilloso que nos han brindado, que es la vida. Llegado el momento no quiero verme rogando a Caronte que me deje bajar de la barca y volver, que me faltó por decir, que me faltó por hacer. No. Quiero morirme en paz, pagar con una monedita al barquero y cruzar el Aqueronte tranquilo, sabiendo que me he dejado la piel en el camino, satisfecho del deber cumplido.
Me gustaría acabar la entrevista con esta cita de Silvio Rodríguez en su canción «Casiopea», que tiene mucho que ver con Quintanabaldo y JI: «La playa me hizo grano de la arena. Fui punto en multitud por donde fui, nadie me detectó, y así aprendí».