Tu hijo… es una buena persona

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{Del dr. Carlos González, pediatra}

Cuando una esposa afirma que su marido es muy bueno, probablemente es un hombre cariñoso, trabajador, paciente, amable… En cambio, si una madre exclama «mi hijo es muy bueno», casi siempre quiere decir que se pasa el día durmiendo, o mejor que «no hace más que comer y dormir» (a un marido que se comportase así le llamaríamos holgazán). Los nuevos padres oirán docenas de veces (y pronto repetirán) el chiste fácil: «¡Qué monos son… cuando duermen!»

Y así los estantes de las librerías, las páginas de las revistas, las o­ndas de la radio, se llenan de «problemas de la infancia»: problemas de sueño, problemas de alimentación, problemas de conducta, problemas en la escuela, problemas con los hermanos… Se diría que cualquier cosa que haga un niño cuando está despierto ha de ser un problema.
Nadie nos dice que nuestros hijos, incluso despiertos (sobre todo despiertos), son gente maravillosa; y corremos el riesgo de olvidarlo. Aún peor, con frecuencia llamamos «problemas», precisamente, a sus virtudes.

{{Tu hijo es generoso}}

Marta juega en la arena con su cubo verde, su pala roja y su caballito. Un niño un poco más pequeño se acerca vacilante, se sienta a su lado y, sin mediar palabra (no parece que sepa muchas) se apodera del caballito, momentáneamente desatendido. A los pocos minutos, Marta decide que en realidad el caballito es mucho más divertido que el cubo, y lo recupera de forma expeditiva. Ni corto ni perezoso, el otro niño se pone a jugar con el cubo y la pala. Marta le espía por el rabillo del ojo, y comienza a preguntarse si su decisión habrá sido la correcta. ¡El cubo parece ahora tan divertido!

Tal vez la mamá de Marta piense que su hija «no sabe compartir». Pero recuerde que el caballito y el cubo son las más preciadas posesiones de Marta, digamos como para usted el coche. Y unos minutos son para ella una eternidad. Imagine ahora que baja usted de su coche, y un desconocido, sin mediar palabra, sube y se lo lleva. ¿Cuántos segundos tardaría usted en empezar a gritar y a llamar a la policía? Nuestros hijos, no le quepa duda, son mucho más generosos con sus cosas que nosotros con las nuestras.

{{Tu hijo es desinteresado}}

Sergio acaba de mamar; no tiene frío, no tiene calor, no tiene sed, no le duele nada… pero sigue llorando. Y ahora, ¿qué más quiere?
La quiere a usted. No la quiere por la comida, ni por el calor, ni por el agua. La quiere por sí misma, como persona. ¿Preferiría acaso que su hijo la llamase sólo cuando necesitase algo, y luego «si te he visto no me acuerdo»? ¿Preferiría que su hijo la llamase sólo por interés?
El amor de un niño hacia sus padres es gratuito, incondicional, inquebrantable. No hace falta ganarlo, ni mantenerlo, ni merecerlo. No hay amor más puro. El doctor Bowlby, un eminente psiquiatra que estudió los problemas de los delincuentes juveniles y de los niños abandonados, observó que incluso los niños maltratados siguen queriendo a sus padres.

Un amor tan grande a veces nos asusta. Tememos involucrarnos. Nadie duda en acudir de inmediato cuando su hijo dice «hambre», «agua», «susto», «pupa»; pero a veces nos creemos en el derecho, incluso en la obligación, de hacer oídos sordos cuando sólo dice «mamá». Así, muchos niños se ven obligados a pedir cosas que no necesitan: infinitos vasos de agua, abrir la puerta, cerrar la puerta, bajar la persiana, subir la persiana, encender la luz, mirar debajo de la cama para comprobar que no hay ningún monstruo… Se ven obligados porque, si se limitan a decir la pura verdad: «papá, mamá, venid, os necesito», no vamos. ¿Quién le toma el pelo a quién?

{{Tu hijo es valiente
}}
Está usted haciendo unas gestiones en el banco y entra un individuo con un pasamontañas y una pistola. «¡Silencio! ¡Al suelo! ¡Las manos en la nuca!» Y usted, sin rechistar, se tira al suelo y se pone las manos en la nuca. ¿Cree que un niño de tres años lo haría? Ninguna amenaza, ninguna violencia, pueden obligar a un niño a hacer lo que no quiere. Y mucho menos a dejar de llorar cuando está llorando. Todo lo contrario, a cada nuevo grito, a cada bofetón, el niño llorará más fuerte.

Miles de niños reciben cada año palizas y malos tratos en nuestro país. «Lloraba y lloraba, no había manera de hacerlo callar» es una explicación frecuente en estos casos. Es la consecuencia trágica e inesperada de un comportamiento normal: los niños no huyen cuando sus padres se enfadan, sino que se acercan más a ellos, les piden más brazos y más atención. Lo que hace que algunos padres se enfaden más todavía. Si que huyen los niños, en cambio, de un desconocido que les amenaza.

Los animales no se enfadan con sus hijos, ni les riñen. Todos los motivos para gritarles: sacar malas notas, no recoger la habitación, ensuciar las paredes, romper un cristal, decir mentiras… son exclusivos de nuestra especie, de nuestra civilización. Hace sólo 10.000 años había muy pocas posibilidades de reñir a los hijos. Por eso, en la naturaleza, los padres sólo gritan a sus hijos para advertirles de que hay un peligro. Y por eso la conducta instintiva e inmediata de los niños es correr hacia el padre o la madre que gritan, buscar refugio en sus brazos, con tanta mayor intensidad cuanto más enfadados están los progenitores.

{{Tu hijo sabe perdonar}}

Silvia ha tenido una rabieta impresionante. No se quería bañar. Luchaba, se revolvía, era imposible sacarle el jersey por la cabeza (¿por qué harán esos cuellos tan estrechos?). Finalmente, su madre la deja por imposible. Ya la bañaremos mañana, que mi marido vuelve antes a casa; a ver si entre los dos…

Tan pronto como desaparece la amenaza del baño, tras sorber los últimos mocos y dar unos hipidos en brazos de mamá, Silvia está como nueva. Salta, corre, ríe, parece incluso que se esfuerce por caer simpática. El cambio es tan brusco que coge por sorpresa a su madre, que todavía estará enfadada durante unas horas. «¿Será posible?» «Mírala, no le pasa nada, era todo cuento».

No, no era cuento. Silvia estaba mucho más enfadada que su madre; pero también sabe perdonar más rápidamente. Silvia no es rencorosa. Cuando Papá llegue a casa, ¿cuál de las dos se chivará? («Mamá se ha estado portando mal…»). El perdón de los niños es amplio, profundo, inmediato, leal.

{{Tu hijo sabe ceder}}

Jordi duerme en la habitación que sus padres le han asignado, en la cama que sus padres le han comprado, con el pijama y las sábanas que sus padres han elegido. Se levanta cuando le llaman, se pone la ropa que le indican, desayuna lo que le dan (o no desayuna), se pone el abrigo, se deja abrochar y subir la capucha porque su madre tiene frío y se va al cole que sus padres han escogido, para llegar a la hora fijada por la dirección del centro.

Una vez allí, escucha cuando le hablan, habla cuando le preguntan, sale al patio cuando le indican, dibuja cuando se lo ordenan, canta cuando hay que cantar. Cuando sea la hora (es decir, cuando la maestra le diga que ya es la hora) vendrán a recogerle, para comer algo que otros han comprado y cocinado, sentado en una silla que ya estaba allí antes de que él naciera.

Por el camino, al pasar ante el quiosco, pide un «Tontanchante», «la tontería que se engancha y es un poco repugnante», y que todos los de su clase tienen ya. «Vamos, Jordi, que tenemos prisa. ¿No ves que eso es una birria?» «¡Yo quiero un Totanchante, yo quiero, yo quiero…!» Ya tenemos crisis.

Mamá está confusa. Lo de menos son los 20 duros que cuesta la porquería ésta. Pero ya ha dicho que no. ¿No será malo dar marcha atrás? ¿Puede permitir que Jordi se salga con la suya? ¿No dicen todos los libros, todos los expertos, que es necesario mantener la disciplina, que los niños han de aprender a tolerar las frustraciones, que tenemos que ponerles límites para que no se sientan perdidos e infelices? Claro, claro, que no se salga siempre con la suya. Si le compra ese Tontachante, señora, su hijo comenzará una carrera criminal que le llevará al reformatorio, a la droga y al suicidio.

Seamos serios, por favor. Los niños viven en un mundo hecho por los adultos a la medida de los adultos. Pasamos el día y parte de la noche tomando decisiones por ellos, moldeando sus vidas, imponiéndoles nuestros criterios. Y a casi todo obedecen sin rechistar, con una sonrisa en los labios, sin ni siquiera plantearse si existen alternativas. Somos nosotros los que nos «salimos con la nuestra» cien veces al día, son ellos los que ceden. Tan acostumbrados estamos a su sumisión que nos sorprende, y a veces nos asusta, el más mínimo gesto de independencia. Salirse de vez en cuando con la suya no sólo no les va hacer ningún daño, sino que probablemente es una experiencia imprescindible para su desarrollo.

{{Tu hijo es sincero}}

¡Cómo nos gustaría tener un hijo mentiroso! Que nunca dijera en público «¿Por qué esa señora es calva?» o ¿Por qué ese señor es negro?» Que contestase «Sí» cuando le preguntamos si quiere irse a la cama, en vez de contestar «Sí» a nuestra retórica pregunta «¿Pero tú crees que se pueden dejar todos los juguetes tirados de esta manera?»

Pero no lo tenemos. A los niños pequeños les gusta decir la verdad. Cuesta años quitarles ese «feo vicio». Y, entre tanto, en este mundo de engaño y disimulo, es fácil confundir su sinceridad con desafío o tozudez.

{{Tu hijo es buen hermano}}

Imagínese que su esposa llega un día a casa con un guapo mozo, más joven que usted, y le dice: «Mira, Manolo, este es Luis, mi segundo marido. A partir de ahora viviremos los tres juntos, y seremos muy felices. Espero que sabrás compartir con él tu ordenador y tu máquina de afeitar. Como en la cama de matrimonio no cabemos los tres, tú, que eres el mayor, tendrás ahora una habitación para tí solito. Pero te seguiré queriendo igual». ¿No le parece que estaría «un poquito» celoso? Pues un niño depende de sus padres mucho más que un marido de su esposa, y por tanto la llegada de un competidor representa una amenaza mucho más grande. Amenaza que, aunque a veces abrazan tan fuerte a su hermanito que le dejan sin aire, hay que admitir que los niños se toman con notable ecuanimidad.

{{Tu hijo no tiene prejuicios}}

Observe a su hijo en el parque. ¿Alguna vez se ha negado a jugar con otro niño porque es negro, o chino, o gitano, o porque su ropa no es de marca o tiene un cochecito viejo y gastado? ¿Alguna vez le oyó decir «vienen en pateras y nos quitan los columpios a los españoles»? Tardaremos aún muchos años en enseñarles esas y otras lindezas.

{{Tu hijo es comprensivo}}

Conozco a una familia con varios hijos. El mayor sufre un retraso mental grave. No habla, no se mueve de su silla. Durante años, tuvo la desagradable costumbre de agarrar del pelo a todo aquél, niño o adulto, que se pusiera a su alcance, y estirar con fuerza. Era conmovedor ver a sus hermanitos, con apenas dos o tres años, quedar atrapados por el pelo, y sin gritar siquiera, con apenas un leve quejido, esperar pacientemente a que un adulto viniera a liberarlos. Una paciencia que no mostraban, ciertamente, con otros niños. Eran claramente capaces de entender que su hermano no era responsable de sus actos.

Si se fija, observará estas y muchas otras cualidades en sus hijos. Esfuércese en descubrirlas, anótelas si es preciso, coméntelas con otros familiares, recuérdeselas a su hijo dentro de unos años («De pequeño eras tan madrugador, siempre te despertabas antes de las seis…») La educación no consiste en corregir vicios, sino en desarrollar virtudes. En potenciarlas con nuestro reconocimiento y con nuestro ejemplo.

{{La semilla del bien}}

Observando el comportamiento de niños de uno a tres años en una guardería, unos psicólogos pudieron comprobar que, cuando uno lloraba, los otros espontáneamente acudían a consolarle. Pero aquellos niños que habían sufrido palizas y malos tratos hacían todo lo contrario: reñían y golpeaban al que lloraba. A tan temprana edad, los niños maltratados se peleaban el doble que los otros, y agredían a otros niños sin motivo ni provocación aparente, una violencia gratuita que nunca se observaba en niños criados con cariño.

Oirá decir que la delincuencia juvenil o la violencia en las escuelas nacen de la «falta de disciplina», que se hubieran evitado con «una bofetada a tiempo». Eso son tonterías. El problema no es falta de disciplina, sino de cariño y atención, y no hay ningún tiempo «adecuado» para una bofetada. Ofrézcale a su hijo un abrazo a tiempo. Miles de ellos. Es lo que de verdad necesita.

¿Puedo coger al bebé en brazos siempre que llore? Sí, y además es bueno

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{Gema Lendoiro}

La mayoría de las imágenes que reflejan la idea de una maternidad son mujeres con hijos en brazos. Resultaría bastante chocante ilustrar un texto sobre crianza, bebés, amamantar… con una imagen de una mujer cruzada de brazos y su hijo acostado en un carrito… mientras llora. Enseguida nos preguntaríamos qué problema ilustra esa imagen. De manera inconsciente tenemos asumido que los brazos de una mamá es el espacio ideal donde los bebés y no tan bebés, descansan, se acurrucan, dormitan, están plácidos.

Sin embargo si preguntamos a mujeres madres cuántas veces han escuchado la manida frase: «no lo cojas tanto en brazos que lo acostumbras» muchas, con toda probabilidad, nos contarán que «muy a menudo». Y es que parece que haya una conspiración en contra de los más indefensos; los bebés. Es como si se hubiese tornado en dogma de fe que cogerlos en brazos, efectivamente, los malcría, los vicia.

Habría que preguntarse seriamente qué significan esos conceptos o también preguntar de dónde han salido esas ideas tan poco cercanas a la realidad. Póngase en situación: viernes noche, película en el sofá tranquilamente después de una larga semana, sentada con su pareja. Suponiendo que esté usted a gusto con esa pareja (y los bebés lo están con sus mamás), ¿preferiría que su pareja le cogiese de la mano y de vez en cuando le dedicase un arrumaco o, por el contrario, preferiría la frialdad de cada uno en un sofá y bien apartados?

{{{Relación idílica}}}

Si la relación es buena, es de cariño, los abrazos son bienvenidos. En el caso de los niños y muy especialmente de los bebés, la relación con sus madres es idílica, de hecho no hay fisuras. No han tenido el tiempo de la desilusión que tenemos los adultos. Por eso los niños necesitan brazos, abrazos, amor, caricias. Y estos signos de cariño ni malcrían ni crean vicio. ¿Le crea a usted vicio abrazar a su pareja?, ¿Si su marido le diera besos cada mañana de buenos días o de buenas noches le diría que lo espacie en días alternos para evitar futuros males? Entonces, ¿por qué esa frialdad con los niños que son, precisamente, los que menos entienden y atienden a esas normas sociales? Si usted llora desconsolada porque está triste prefiere que su pareja la abrace y le diga que todo saldrá bien o por el contrario aceptaría de sumo gusto que esperase a que usted se calme sola? ¿Cómo es posible que lo que en adultos vemos bien y natural en bebes/niños lo veamos como una manera de malcriar?

Hemos preguntado al conocido pediatra Carlos González, autor, entre otros libros de Bésame Mucho (Temas de Hoy) un fantástico manual que explica pormenorizada y científicamente el porqué los cachorros de los humanos necesitan tanto de los brazos y, además, por qué todos (todos) los niños piden brazos: «Porque los necesitan. Por lo mismo que se abrazan los amigos y se besan los enamorados. Los seres humanos tenemos necesidades afectivas, necesitamos la presencia física, la atención y el contacto físico de los seres queridos. Y esa necesidad es particularmente intensa en la primera infancia, porque los niños pequeños no pueden sobrevivir sin sus padres. Vienen al mundo con el instinto de relajarse felices en brazos de su madre, y de llorar desesperados cuando su madre se aleja».

Una madre generalmente viene acompañada del instinto que complementa al del bebé y ése es el de atender sus necesidades (generalmente en forma de llanto), sin embargo {{muchas madres se encuentran con un terrorífico muro: las críticas}}. Muchas son las que, presionadas por el entorno que les rodea dejan de atender a su bebé cuando llora como ellas quisieran y en contra de lo que su instinto les dice: cogerlos en brazos, achucharlos, consolarlos, acunarlos. ¿Qué hacer frente a esas críticas? Desde luego obviarlas, y, como dice Carlos González, «por suerte apenas nadie dice ya esas tonterías pero si las escuchamos, obviarlas, nadie puede obligarnos a no querer a nuestros hijos».

{{{Beneficio psicológico}}}

Muchas veces para demostrar la defensa de alguna práctica se recurre a los estudios científicos. En este caso se podría tratar de reunir factores psicológicos que lo aconsejaran y preguntándoles al afamado pediatra nos dice tranquilamente: «¿Qué es un beneficio psicológico? Los padres están a gusto, los bebés también, ¿hace falta algo más?». A veces la lógica aplastante supera con creces cualquier tesis sesuda basada en miles de experimentos.

Pero, por si alguna madre (padre) todavía quisiera tener alguna argumentación que le parezca válida de cara a las críticas que cree que no puede o no sabe combatir, siempre puede decir que los niños que están en brazos mucho tiempo tienen menos cólicos y lloran menos, y eso sí está demostrado. Preguntamos a Carlos González si esta teoría es cierta y nos la confirma: «{En general, los niños que van todo el tiempo colgados de sus madres (es decir, la mayor parte de los niños del mundo) lloran muy poco. Es lógico. No tienen muchos motivos para llorar}».

Es importante resaltar dos aspectos: el importante dato de que la mayoría de los niños del mundo van casi siempre en brazos, ya que la costumbre de llevarlos en carritos es nueva, propia de las sociedades muy modernas y llenas de prisas donde la quietud y la calma han pasado a segundo plano. Por otro lado, es muy importante reseñar algo muy obvio, pero no por ello menos importante: si la persona que más te quiere del mundo constantemente te besa y te abraza, ¿qué motivos tendrías para llorar?

Curioso cómo las cosas sencillas han ido progresivamente cambiando con los años y perdiendo su razón de ser. La próxima vez que te lo cuestiones, recuérdalo: cógelo en brazos, sí, sigue tu instinto. No lo estás haciendo mal, muy al contrario, estás creando con algo tan sencillo como abrazar, un ser humano lleno de seguridad. La seguridad de que alguien tan importante como su madre lo quiere y lo protege.

La difícil tarea de criar a un hijo

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Si alguien nos diera una planta y nos dijera que tenemos que cuidar de ella pero que no podemos darle luz, ni regarla, ni abonarla. Pensaríamos que esta planta pertenece a una especie muy exótica y desconocida. Y se nos haría una tarea muy difícil.

Casi todos los métodos, libros y programas que más venden sobre crianza, parecen haber eliminado lo aprendido en experimentos como el de Harlow y Harlow.
Experimentos crueles que demostraron que el vinculo afectivo, el amor de una madre era más importante que el alimento.

Hemos medicalizado el parto y esto nos ha demostrado que el parto es patológico y complejo.
Hemos comercializado el alimento de nuestros hijos, y esto nos ha hecho incapaces de amamantarlos.
Hemos intelectualizado nuestros instintos hasta crear la necesidad de libros, métodos y clases que nos digan como cuidar de nuestros hijos.
El mismo abuso que esta penado por la ley si produce un genio musical se llama método. A las madres que lo practican se las denomina madres tigre o madres superiores.
El abandono de un bebé que no es atendido en su llanto si hace que en tres días duerma vende libros, una de las autoras con más éxito, Gina Ford, no tiene hijos.

Es dificilisimo criar a un bebé humano asegurándose de no cogerle en brazos, poniéndole en una cuna, restringiéndole el acceso a la fuente de su bienestar y sin darle el alimento especifico que por naturaleza requiere.
Es dificilisimo tener que dejar a un bebé humano en una guardería de 8 a 6 y además es dificilisimo que así este sano y contento.
Es dificilisimo hacer que un bebé humano no llore o que duerma cuando le dejamos solo o cuando no tiene nuestro calor.

Los padres de hoy viven su maternidad y paternidad con las dificultades añadidas impuestas por una sociedad que les requiere independientemente de su necesidad de reproducción, e independientemente de sus instintos más necesarios. Se nos repite como un mantra lo difícil que es quedarse con los hijos, la anulación mental que supone, la necesidad que debemos sentir de estar en una oficina rodeados de otros adultos que le den sentido a nuestras vidas. Es comprensible pasarse quince años haciendo el mismo trabajo en el mismo sitio, pero es de locos dedicar entre uno y dos años de nuestras vidas a nuestros hijos.
Se habla de que el cuidar de nuestros hijos más allá de los seis meses representa un retroceso, conservadurismo, a las mujeres que asi lo hacen se las tacha de talibanas de la teta, nazis del amamantamiento, retrogradas, adictas a la maternidad.

No se habla de que debemos por salud y supervivencia oler a nuestros hijos, dormir con ellos, amamantarlos y protegerlos, que esto es esencial para su bienestar, pero además para el bienestar de los padres y el bienestar social.
Lo difícil no es criar un hijo ,no estaríamos aquí si lo fuera, lo difícil es criar a un hijo con las manos atadas y los instintos reprimidos.
Más difícil que cuidar de una planta a oscuras y sin agua.

{Posted 2nd October 2011 by Jesusa Ricoy-Olariaga}

¿Y si el aumento del paro fuese el objetivo?

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{Texto de: Miguel Torija}

En ese caso serían comprensibles las palmaditas en la espalda que, desde las altas esferas económicas, no para de recibir el ejecutivo español. En apenas un año el gobierno de Rajoy ha conseguido llevar a más de un millón de españoles al abismo del paro, para alcanzar la insoportable cifra de 6.202.700 parados. Hemos pasado de un alarmante 20% de súbditos por debajo del umbral de la pobreza a un insostenible 30%. Todo un logro.

{{{ pasaremos de súbditos a esclavos.}}}

Dicen que estamos ya tocando fondo. Creo que lo que quieren decir con eso es que pronto estaremos preparados para asumir un cambio de estatus, un nuevo cambio. Hemos ido pasando, en las últimas décadas, de ciudadanos a consumidores, de consumidores a consumistas y de consumistas a súbditos. Pronto se alcanzará el último estado de esta evolución y pasaremos de súbditos a esclavos.

El nivel de desesperación -dócil desesperación, pero desesperación- al que ha llegado una gran parte de la masa laboral española (parados de larga duración, jóvenes que a los 25 años no han conseguido todavía su primer empleo y mayores de 45 años a los que no paran de decirles que no volverán a trabajar) va a permitir que acepten cualquier condición a cambio de volver a trabajar.

Ya se comienza a hablar de instaurar contratos “sin cargas sociales”, es decir, empleos que no coticen a la seguridad social, que no computen para la pensión, que no aseguren cobertura sanitaria… Los minijobs van a parecer la panacea al lado de esta nueva perversión laboral.

{{{ con la tapadera de reducir el déficit, las políticas neoliberales están logrando laminar los derechos sociales para que todo vuelva al punto de partida.}}}

El estado de bienestar está en el punto de mira, comienza a quedar claro que ha sido el objetivo de esta crisis. Europa lo había alcanzado después de un esfuerzo descomunal y había demostrado que era posible sustentarlo. Su propagación era, es, una amenaza. ¿Qué pasaría si los trabajadores explotados de todo el mundo se enteraran de que es posible un modelo social como el que los trabajadores europeos están disfrutando? Si esos trabajadores comenzaran a reclamar ese modelo, sería una hecatombe para las cuentas de resultados de las grandes multinacionales que basan sus beneficios en la explotación laboral en el tercer mundo. Por eso, con la tapadera de reducir el déficit, las políticas neoliberales están logrando laminar los derechos sociales para que todo vuelva al punto de partida.

{{{tenemos que decidir entre agradecer que nos conviertan en esclavos o rebelarnos y volver a recuperar derechos, igualdad y dignidad.}}}

Quizá sea cierto que estamos ya tocando fondo, que estamos llegando al punto de inflexión de la crisis. Pero, si seguimos así, no será el punto más bajo de una parábola, será el punto de inflexión de una sigmoide y la curva en vez de rebotar y comenzar a subir comenzará, rápidamente, a hundirnos en el fango de la desprotección social y la desigualdad. Estamos en ese punto de inflexión y tenemos que decidir entre agradecer que nos conviertan en esclavos o rebelarnos y volver a recuperar derechos, igualdad y dignidad.

Sonrisas que llegan al corazón

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{{Miquel Adrover}} No salen habitualmente en la televisión. Tampoco son los payasos más famosos del circo. Sin embargo, cuentan con una audiencia fiel, tierna y con los ojos tristes que les esperan como si fueran los reyes magos. Son los payasos de Sonrisa Médica, que se encargan de llegar al corazón de los niños enfermos para arrancarles la tristeza de sus rostros. Tienen nombres tan chistosos como Enfermero Bartolo, Urgencio Taquicardia, Supervisora Botiquina, Bruno Dos Tres Residente, Doctora Cirereta o Anastesio Positorio. Se encargan de patear semanalmente los hospitales mallorquines, si los recortes de la administración pública se lo permiten. En palabras de Esther Trillo, pediatra de Son Espases: «Los payasos consiguen hacer más humano el hospital».

El personal sanitario destaca la importante labor que realizan con los niños que padecen enfermedades de todo tipo y deben someterse cada día a dolorosas pruebas médicas. Sin embargo, el Govern ha decidido aplicar uno de sus más drásticos recortes (más del 50%) al presupuesto de Sonrisa Médica. Ante esta situación, la ONG decidió que sus payasos ­–actores, músicos y malabaristas profesionales con formación sanitaria– dejaran de visitar los hospitales de Inca y Manacor y redujeran sus actuaciones en Son Espases y Son Llàtzer. La entidad está consiguiendo mantener su labor humanitaria gracias a las aportaciones de empresas privadas como el grupo hotelero Piñero, Aloha o Endesa. En las últimas semanas se ha llegado a un acuerdo con la empresa de servicios ISS para que los payasos vuelvan a Manacor.
Cada miércoles, a las 8.30 de la mañana, están con las narices puestas, guitarra en mano y una gran dosis de humor en la sala de extracciones de Son Llàtzer. Gemma Palà es Botiquina y Albert Tugores encarna a Bruno Dos Tres. Advierten que Alba, de tres años, llora amargamente cuando los enfermeros acuden con las agujas para extraerle sangre. Los payasos se le acercan sigilosamente, al tiempo que se escuchan los acordes de la guitarra. Las bromas de los payasos consiguen tranquilizar a Alba y la mariposa de trapo que le enseña Botiquina logra arrancar una media sonrisa a la niña. Mientras, los sanitarios ya han hecho su trabajo y han conseguido extraer la sangre necesaria para la analítica de Alba.

«Cambiamos el repertorio de las canciones y muchas de ellas son de creación propia. El payaso debe interactuar e improvisar», explicó Jordi Cumellas, responsable artístico de Sonrisa Médica.

Miquel Carbonell tiene 8 años e ingreso en Son Llàtzer la pasada semana con un virus que le paralizó las piernas. Ahora ya ha conseguido recuperarse casi del todo. Al escuchar el moderado alboroto que originan los payasos al desplazarse por el hospital, Miquel sale corriendo de su habitación con la columna móvil del suero. Quería ver a los payasos. Bruno Dos Tres le dedicó una canción y Botiquina sacó una jeringuilla llena de agua para salpicar a los niños. Fueron los «minutos más divertidos» de Miquel Carbonell durante la última semana.
Antes de visitar a los niños hospitalizados, los payasos se reúnen con los médicos y enfermeras. «Les damos la información básica de cada caso. El nombre del niño, la dolencia y el estado de ánimo», explica la enfermera María Dolores Torres. «Con esta información –prosigue la sanitaria–, ellos consiguen romper el aislamiento del niño en el hospital y facilitan enormemente nuestro trabajo. Son imprescindibles».

La pediatra Esther Trillo, junto con la médico residente Aina Escobar, explicaron alguna de sus experiencias: «Tuvimos un caso complicado de posible meningitis que precisaba una exploración completa. Sin sus canciones o sus bromas no hubiera sido posible que se calmara». Carme Vidal, jefa de servicio de Pediatría de son Llàtzer, define en términos médicos efectos de los payasos cuando están con los niños: «Son como un analgésico natural».

En Son Espases es donde los actores deben vivir las historias más difíciles. Allí se encuentra la unidad de Pediatría Oncológica. Su cometido es lograr eclipsar, durante unos minutos, las consecuencias de los verdaderos dramas humanos que supone para una familia tener un niño con cáncer.

Gemma Palà (Botiquina) relata algunas de sus experiencias como payasa de hospital. «En una ocasión lloré mucho. Entré en la unidad de neonatos y vi a una niña con la fotografía de su madre. La enfermera me comentó que acababa de fallecer su mamá».

Albert Tugores (Bruno Dos Tres) recuerda una anécdota más dulce: «Después de jugar un rato con un niño en el hospital de día, le entregué una foto mía vestido de payaso. A la semana siguiente, la había plastificado para que no se estropeara. Fue un recuerdo muy emocionante».
Las muestras de afecto que arrancan los payasos por los pasillos del hospital son espectaculares. Al igual que la cautela con que actúan cuando entran en contacto con un niño. Gracias a la información que les dan los médicos y enfermeros, pudieron saber que un niño estaba recién operado de apendicitis. Por ello, los payasos se encargaron de montar un número donde el niño no tuviera que reír en exceso para evitar dañar los puntos de la intervención.

Esther Julià lleva a su hija Carla de 18 meses a pasar la revisión rutinaria. Carla hoy tiene sus impresionantes ojos un poco tristes. Sabe que le pueden hacer daño. Botiquina le enseña su flauta de color rosa que combina con los pantalones de la niña. El caracol de trapo de la payasa logra distraer la angustia de Carla y los sanitarios concluyen su trabajo sin que la pequeña haya derramado demasiadas lágrimas.
El director artístico de Sonrisa Médica, Jordi Cumellas, explica que cuentan con 10 payasos y han puesto en marcha un nuevo servicio de «Urgencias». Los llaman para que acudan cuando los sanitarios deben intervenir a un menor muy nervioso.

Sonrisa Médica es una asociación sin ánimo de lucro, pionera en España, declarada de Utilidad Pública por el Ministerio del Interior en 2004 y que desde el año 1994 lleva el humor y la alegría a los hospitales públicos de Mallorca.